← / Por Fupete — traducción Jorge Emilio Berea Coggiola
Elogio para mi museo de la noche
Pluma invitada
“Estoy solo. Caminando hacia el mar entre pequeños arbustos de enebro. Estoy bajando de una alta duna de arena compacta, clara y polvorienta. Miro mi paso al caminar, descalzo. Me acerco a unas ramas plantadas en la arena, alisadas por el agua y la sal; deben ser mucho más ligeras de lo que aparentan. Así verticales parecen plantadas pero sé que están flotando. Flotando en el aire a pocos centímetros; son muchas. Forman una estructura casi circular como de siete u ocho metros de grande, entre cada rama hay de cincuenta centímetros a un metro; cada una medirá un metro y medio, un metro con ochenta, quizás un poco más; con un diámetro de pocos centímetros, no exactamente rectos y todos del mismo color, tipo de madera y curvaturas, pero similares. Debe haber un esquema preciso pero debería ver el sitio desde arriba para entender algo. Hay sol y el cielo es azul claro como en los mejores días de verano, debe ser de mañana.
Camino alrededor del sitio yendo hacia la izquierda en el sentido de las manecillas del reloj. Mi objetivo es el mar que está allá abajo a unos cientos de metros, un cuarto de giro y retomo mi descenso sobre el sendero. El mar azul. La cola del ojo derecho está sobre la estructura. Visión periférica. Cuando estoy por regresar de lleno a mi propósito de bajar digo un nombre. Sí, sí, lo digo yo y lo hago en voz alta. Llamé a alguien. Siento que algo cambia, un poco como cuando Predator era invisible ¿lo tienen presente? El aire se mueve. Un velo transparente refleja la realidad y se mueve. ¿Qual es el nombre? ¿Qué nombre? ¡Ah sí!, el nombre que llamo. El nombre no lo recuerdo, oscuro, eliminado. Las ramas son ahora hombres y mujeres, con carne y huesos. Hablan, ríen. Están vestidos con pequeños pedazos de pieles, telas y cintas. Alguien descalzo y tal vez con viejas sandalias. Son hermosas y soleadas, de barbas incultas y de cabellos largos la mayoría. Quemados por la sal y el sol. Muchos jóvenes. Un par de viejos de cabello blanco. No logro enfocar sobre los detalles. Hay algo de ritual. Un ritmo subyacente en las voces. Tengo frío en las manos, debo tener los brazos dormidos.” — Sueño historias visuales con los colores quemados de las películas expiradas. De niño, a menudo, me daba un miedo tremendo. Luego, desde que soy artista, me entró la curiosidad. Tomo notas furtivamente en la noche y las utilizo para mis dibujos. En los últimos años a veces logro comprender que estoy soñando, a despertar sólo aquel poco de conciencia que sirve, no es que sea bueno en eso, es sólo que a veces sucede, y es ahí donde aparece la luz. Alguna glándula en alguna parte del cuerpo produce una sustancia de placer y siento el calor que se irradia desde el centro más profundo. Te ilumina, en fin.
Creo que los sueños son como las mejores obras de arte: muchos niveles de lectura, una superficie abstracta y significados profundos, oscuros pero coloridos, se fugan, simplifican. Y luego el simbolismo y la narrativa no lineal. Es como tener a disposición todas las noches una nueva obra viva, en devenir, para colgar en nuestro personal y surrealista museo de la noche. Todos nosotros. ¿Una opinión? Soñar es chido. Bueno, buenos sueños.
Indie Rocks!, Mexico 2012